Del excelente contenido de la Carta de Ciudades Educadoras, aprobado en Barcelona el año 1990 y revisado posteriormente los años 1994 y 2004 se pueden extraer muchas reflexiones y propuestas. Querría poner – de manera dispersa – el acento sobre algunas de ellas en las que, según mi criterio, merece la pena incidir tanto en la educación informal como en la formal.
Resulta innegable el impacto educativo (para bien y para mal) de los medios de comunicación. Es necesario ser usuarios habituales y al mismo tiempo libres frente a sus reiteradas y malintencionadas voluntades de manipulación, desvinculándonos de todo lo que es éticamente inaceptable. Y en la misma dirección resulta imprescindible ser cuidadosos en la utilización, -mayoritariamente superflua – de las redes sociales aun con plena conciencia de que su principal misión parece ser el control a distancia de las personas.
Pensando en la dimensión social, la educación supone una opción para una economía al servicio de las personas alejada del lucro, de la especulación y del beneficio contable. Y, por el contrario, dedicada a dar trabajo a la gente y a la producción de bienes y servicios para la población.
De una manera más amplia, y afortunadamente bien recalcada en la Carta, la idea de que el mundo es de todos resulta evidente, así como el hecho de que el establecimiento de fronteras es éticamente inaceptable y, en cambio, la acogida de refugiados con los brazos abiertos hacia los inmigrantes significa una actitud irrenunciable.
Sin alejarse mucho de la idea anterior, la educación para la paz y el desarme se ha reiterado copiosamente en muchos proyectos educativos. Un mundo sin armas, sin ejércitos, sin falsas amenazas y absurdas seguridades nos llevará a una mayor calma y eficacia.
En última instancia tener presentes las limitaciones del Planeta, optar por el decrecimiento material y vivir mejor con menos consumo es, en la práctica, la única posibilidad para un futuro mejor.
A todos estos criterios educativos es necesario, sin duda, darles una aplicación intergeneracional a la vez que una voluntad de actualización – y consiguientemente – de formación, permanente.