Una de las cosas más interesantes de los procesos participativos es que se aprenden participando. Tardar años para concebir el proceso perfecto es algo inútil. Primero porque el proceso perfecto no existe, dado que la democracia participativa – como la democracia tout court – es un proceso, por definición, imperfecto y en crecimiento incremental.
Segundo, porque el éxito de una innovación democrática no es solo dependiente de su arquitectura o de la voluntad política que lo anima, sino que está siempre ligado a las condiciones del entorno. Por ello, lo importante es construir procesos resilientes, que sepan adaptarse al mudar del contexto político, social, económico e institucional sin perder su horizonte originario y sus valores.
Cuando decimos que la ciudad es una escuela de ciudadanía entendemos que es un conjunto de espacios donde los diferentes actores se encuentran, aprenden a escucharse y aprenden a ejercer la virtud de la paciencia, manteniendo siempre claro su norte; o sea el deseo de mejorar la calidad de vida de todos. Ello implica mirar fuera de uno mismo, el espacio donde se forma el equilibrio entre la libertad del individuo y la libertad de los demás, que debería caracterizar la comunidad de los habitantes.